sábado, 4 de julio de 2009

EL GRAN COMBATE de John Ford – 1964 - ("Cheyenne Autumn")


1878. Oeste norteamericano.Trescientos indios de la tribu Cheyenne viven en la reserva de Oklahoma, a donde los blancos les desterraron, en condiciones infrahumanas; pobres, hambrientos, débiles y mermados por las enfermedades. Azuzados por esta miseria, se marchan de allí hacia sus praderas natales, en Wyoming. Cuando su huída es descubierta, la caballería es, por supuesto, enviada para traerlos de vuelta… Por las buenas. Pero el combate estalla entre dos bandos entre los que ya es imposible que exista una paz.

De la misma manera que se asocian al western crepuscular más sucio, violento, desencantado y decadente a nombres como Sam Peckinpah, Sergio Leone o Arthur Penn, se asocian otros como John Ford, Henry Hathaway o Howard Hawks al western más idealista y esplendoroso, al western de los héroes, del honor y de la época dorada de la expansión hacia el mencionado oeste de los USA. No siempre ha resultado ser así. “El gran combate” (cuyo verdadero y más apropiado título es “El otoño Cheyenne”), es una de esas películas que les pondría a todos aquellos que tachan a John Ford de ultraderechista, de fascista y de racista, a todos aquellos que nunca han captado el mensaje humanista de sus cintas, a todos aquellos que no han sabido leer entre líneas en sus tramas llenas de oscuros detalles y de sutilezas casi imperceptibles. John Ford fue un director que, en efecto, trató mucho más el western dorado de los héroes y de los altruístas que el western marrón de los perdedores y de los cobardes. Sin embargo, y especialmente al final de su prolífica carrera, tuvo algunas obras como este maravillo western crepuscular (sí, es de Ford y es crepuscular) en el que su protagonista/antagonista, la antes esplendorosa caballería norteamericana, no es más que un saco sucio de mediocres hombres de uniformes desteñidos, de héroes frustrados por una sociedad que les encarga trabajos denigrantes e injustos a los que no pueden negarse. Su trabajo en esta historia es controlar y vigilar y en caso de rebelión incluso masacrar a los indios, aquellos indios que en tantas obras de Ford fueron, por exigencias comerciales, peligrosas y malvadas bestias sin alma que realmente hicieron pensar en más de un caso que eran ellos los que invadían las tierras del hombre blanco de forma inmisericorde y cruel. En “El gran combate” no queda nada de aquellos indios. En “El gran combate” sólo queda un guiñapo de lo que estos pieles rojas fueron. Aquí no son más que una tribu decadente, destrozada, sucia, enferma y debilitada… Aunque llena de dignidad. Al igual que, irónicamente, la antes mentada caballería yanki, sus rivales (que vergonzosamente quieren ser sus protectores): una vulgar sombra desteñida de su glorioso pasado. Atónitos nos deja Ford señalando claramente al hombre blanco como el absoluto culpable de la decadencia de esta orgullosa raza, a la que usurparon sus tierras ancestrales y a la que exterminaron sin compasión. Y lo que es mejor: sus héroes blancos ya no tan inmaculados se dan cuenta de todo el mal que han causado, son conscientes de su fracaso como fuerza protectora del bien, son conscientes de que han sido usados sin miramiento por un gobierno inhumano que nada tenía de justo, de igualitario, de honorable y de protector. Una gran tristeza transpira todo el filme, rodado en tonos más oscuros a los que Ford nos tiene acostumbrados, rodado en un ambiente polvoriento y decrépito y con una horrible mirada de total desencanto en la que, sin embargo, surge la esperanza, la posibilidad de la redención. “El gran combate” es uno de los alegatos reivindicativos más importantes a favor de los indios de toda la historia del séptimo arte. Una nueva mirada al injustamente acusado de falsedades John Ford, el gran maestro del western clásico.

1 comentario:

redna dijo...

Este film de Ford no lo he visto. Espero animarme pronto, me encantan sus westers