martes, 7 de julio de 2009

INDIANA JONES Y EL TEMPLO MALDITO de Steven Spielberg - 1984 – (“Indiana Jones and the Temple of Doom”)


Indiana Jones y su colega Tapón, tras una misión fracasada en la que debían comprar a un mafioso de Shanghai un valiosísimo diamante, acaban perdidos en las profundidades de La India. Alguien más les acompaña: Willie, una cantante guapa, rica, remilgada y mojigata que por pura casualidad ha terminado junto a ellos. Tras pasar por un miserable pueblo minado por el hambre, los tres deciden adentrarse en el misterioso Castillo de Pankot, en donde, según los aldeanos, gobierna un culto diabólico que ha raptado a sus hijos para que trabajen como esclavos. Sus miembros buscan algo: hacerse con las piedras Shankara, cinco piedras mágicas que les otorgarán un poder inimaginable que pretenden usar para dominar el mundo. Indiana y sus amigos, por suerte, se lo van a impedir.

La primera secuela de “En busca del Arca Perdida” fue la igualmente exitosísima “Indiana Jones y el Templo Maldito”, que continuó las aventuras del Doctor Jones en una nueva historia en la que se rizaba el rizo del delirio de acción, de la epopeya esotérica y de la comedia cínica. Si ha habido en esta saga un filme excesivo, barroco y cachondo (el mejor adjetivo que se me antoja para calificarlo) es éste, en el que el homenaje al cine de aventuras clásico es pasado por un filtro desquiciado que lo retuerce todo hasta límites insospechados. La trama de misterio se ha perdido por completo (una de las cosas más criticables de esta película, de la que hablaré más adelante) para ofrecer una historia lineal de acción frenética en la que Indiana, acompañado de Willie, una guapa pero remilgada y mojigata cantante (Kate Capshaw, que clava a la clásica rubia tonta e irritante de clase alta de los años treinta) y de un inverosímil niño aventurero (Que Qui Cuan, que vuelve a repetir papel entrañable –era el chico inventor de la mítica “Los Goonies”-), se enfrenta a una secta maldita en un templo oculto de las profundidades de La India. Los tres protagonistas terminan casi sin ayuda con el imperio de esta secta, liberan a los niños esclavos que trabajaban para ella y recuperan una piedra sagrada que daba prosperidad a un pequeño pueblo del que los sectarios la robaron (y con la que encima pretendían dominar el mundo). Y se quedan tan tranquilos. Como pueden ver, “Indiana Jones y el Templo Maldito” es una parodia desprejuiciada en toda regla, una parodia además de la propia “En busca del Arca Perdida”, que ya de por sí estaba llena de homenajes y de parodias. Cualquier excusa vale para desatar escenas de acción, y la cinta ofrece un espectáculo interminable de estas escenas: la huída de Shanghai, el salto del avión… en una lancha hinchable, esta misma lancha surfeando por las montañas nevadas de La India o cayendo por riscos inmensos, las catacumbas llenas de trampas, la liberación de los esclavos a mamporro en limpio, la escapada en vagoneta (delirante), la lucha final en el puente (aún más delirante)… Además, y por si fuera poco, todas estas escenas están cargadas de puros tópicos de los relatos de aventuras que ya alcanzan plenamente el más genuino pulp: un baile en un cabaret que termina en refriega, una guerra sexual entre Indiana y Willie emulando a las de las comedias brillantes, un pueblo oprimido con viejo venerable incluido, una noche en la selva con animalitos de toda clase, una cena “exótica” con serpientes vivas, sopa de ojos o sesos de mono; unos pasadizos cuajados de insectos a cada cual más asqueroso (que por supuesto la chica tonta ha de sortear), unos sacrificios humanos de risa, unas posesiones diabólicas que se curan con fuego, cocodrilos demasiado agresivos, varios guiños a la primera entrega de la saga facilones y un villano (divertidísimo Amrish Puri) sacerdote maligno con casco de cuernos. Hay que decir que “Indiana Jones y el Templo Maldito” no iba camino de convertirse en una buena película (ni siquiera en una película aceptable): su guión, tosco y chusco hasta decir basta, está lleno de errores y de soluciones precipitadas (aunque Indiana mantiene el mismo carisma e incluso más por momentos). Sin embargo, Steven Spielberg sabe sacarlo adelante de la mejor manera posible: no tomándoselo en serio en ningún momento y aceptando plenamente que está rodando una parodia. Así, consigue un filme que, a pesar de ser desde mi punto de vista el peor de toda la saga del Doctor Jones (ha perdido la trama de misterio que caracteriza a las otras tres entregas), es verdaderamente divertido en toda su desprejuiciada propuesta. Cuatro años después de este aún hoy criticado paréntesis de estilo, todo volvería (por suerte, porque un segundo experimento de este tipo no le saldría bien ni al propio Spielberg) a su cauce original con la genial “Indiana Jones y la Última Cruzada”.

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