viernes, 3 de julio de 2009

LA DILIGENCIA de John Ford – 1939 - ("Stagecoach")


Un fuera de la ley en busca de venganza, un sheriff, una prostituta, un tahúr, un banquero corrupto, un médico alcohólico, unas damas refinadas y puritanas, un comerciante de whisky, un conductor y su ayudante. Todos juntos viajan en la misma diligencia realizando el hostil trayecto entre Tonto y Lordsburg, dos pequeñas ciudades de las cercanías de México. Aunque no se llevan bien, ya que la hipocresía social cunde entre ellos, van a verse obligados a unir sus fuerzas para sobrevivir... Los indios Apaches van a sitiar su diligencia y la van a atacar, y de su colaboración depende que salgan vivos de este salvaje ataque.

El director de westerns por excelencia del cine clásico norteamericano es sin ninguna duda John Ford, “creador de baladas” según Orson Welles, que lo admiraba. De origen irlandés y ferviente católico (estuvo a punto de ordenarse sacerdote), comenzó a dirigir en 1917, durante el nacimiento de Hollywood, al que ayudó a desarrollarse como pocos. Su estilo es profundamente lírico y poético, y su lenguaje limpio y preciso y portentoso, como sus medidos y perfectamente distribuidos encuadres, llenos de grandeza y de belleza en todos los planos, sean del tipo que sean. Las tramas de sus filmes están cargadas de acción y de un endiablado y majestuoso ritmo. Es maestro nada más y nada menos que de cineastas como Howard Hawks, Raoul Walsh, Anthony Mann o Henry Hathaway, que nunca dejaron de reconocer su deuda artística con él. En su prolífica obra John Ford siempre mostró sus convicciones, su idea humanista de un mundo en el que al final siempre prevalecen los valores humanos perennes, muchos de ellos relacionados con las creencias morales cristianas: el amor y la amistad, el honor y el deber, el trabajo, la justicia, la valentía, la generosidad y la honestidad. Sus personajes suelen ser hombres y mujeres sencillos, buenos, fuertes, a veces primitivos, idealistas y orgullosos, fieles, exigentes con los demás y consigo mismos y amantes de su tierra y de sus costumbres que, ante la adversidad, siempre conservan sus principios y los aplican como creen que deben ser aplicados, aunque esto les enfrente a su siempre difícil entorno. Su actor fetiche fue el mítico John Wayne, aunque trabajó con casi todas las grandes estrellas masculinas y femeninas de su época. Westerns incomparables nos ha regalado: “El caballo de hierro”, “La diligencia”, “Pasión de los fuertes”, “Fort Apache”, “Tres padrinos”, “La legión invencible”, “Caravana de paz”, “Río Grande”, “Centauros del desierto”, “Misión de audaces”, “El sargento negro”, “Dos cabalgan juntos”, “El hombre que mató a Liberty Valance” o “El gran combate”. También, sin embargo, ha cultivado otros géneros demostrando su gran versatilidad, siempre en su estilo humanista y lírico: los dramas más desgarradores en “El Doctor Arrowsmith”, “El delator”, “El fugitivo”, “Las uvas de la ira”, “El último hurra”, “¡Qué verde era mi valle!” o “Siete mujeres”, el cine de aventuras con “Huracán sobre la isla”, “Hombres intrépidos” o “Mogambo”, el bélico con “Corazones indomables” o “No eran imprescindibles”, la comedia con “El hombre tranquilo”, “Escala en Hawai” o “La taberna del irlandés” o el drama homenaje con “Escrito bajo el sol”. John Ford fue, en numerosas ocasiones, acusado de racista, ultraderechista y fascista por su humanismo conservador, patriota y religioso, por cierto retrato de mujeres tradicionales sumisas al hombre o por el hecho de que en sus películas más comerciales los indios sólo fueran fieras salvajes malvadas y los blancos hombres de honor bondadosos. Sin embargo, tal vez esto ocurriera por las simples exigencias comerciales a las que todo cineasta de su momento tuvo que adscribirse en mayor o en menor grado. El caso es que los detractores de Ford nunca recuerdan, a la hora de criticarlo, obras claramente reivindicativas y muy valientes y atrevidas en el terreno social como “El delator”, “El fugitivo”, “Las uvas de la ira” o “¡Qué verde era mi valle!”, en las que no duda en criticar con dedo de hierro a la sociedad norteamericana o inglesa y en especial al capitalismo más agresivo. También encontramos entre sus westerns dos especialmente particulares: “El sargento negro”, en la que ataca directamente a los racistas, y “El gran combate”, un brutal testimonio de la decadencia de la raza india en el que los norteamericanos aparecen como los claros culpables de esta situación.

En “La diligencia” encontramos a un grupo de personajes típicamente fordianos que luchan por un objetivo común: escapar de la amenaza india, aquí retratada de una manera maniquea e impersonal (indios sin alma que atacan diligencias y asesinan a hombres blancos) tal vez por exigencias comerciales. John Ford no fue en realidad el ultraderechista racista que muchos vieron en él, y filmes como "El gran combate", que mañana comentaré, lo demuestra, al igual que lo demuestra también el plantel de personajes (protagonista coral) que incluye el comentado filme, compuesto, en 1939, por prostitutas y personajes marginales de todo tipo, además de por una historia de amor en la que dos seres perdidos y socialmente excluídos o mal vistos, unos excelentes y jovencísimos John Wayne (en tal vez su primer gran papel) y Claire Trevor, encuentran el amor tras el peligroso viaje al que se enfrentan. Uno de los asuntos favoritos de Ford está explotado en "La diligencia" en todas sus consecuencias: el de las superiores cualidades morales que muestran muchos hombres y mujeres a los que una sociedad hipócrita desprecia. No sólo, sin embargo, destaca esta obra maestra por su inolvidable trama: las escenas de acción que presenta son todavía hoy impresionantes, de un frenetismo que en la parte final del filme, cuando el asalto indio es ya completamente ejecutado, se torna verdaderamente vertiginoso y deja al espectador con el corazón en un puño gracias a la excelente planificación y ejecución de las coreografías del combate, protagonizado por unos extras excelentes capaces de saltar sobre un caballo, recibir un disparo y caer entre los cascos de dichos caballos y entre las ruedas de la diligencia en movimiento (el especialista Yakima Canutt fue el que brilló con luz propia con esta maniobra descrita y pocas veces imitada). Orson Welles aseguró que, para crear su gran "Ciudadano Kane", se pasó un mes entero viendo "La diligencia" noche tras noche.

2 comentarios:

redna dijo...

Actualizas mucho mas a menudo que nosotros en solocine clasico jajaja. Y ademas obras de arte.

Esta sin ser mi favorita de su director es una obra maestra.

saludos

Ted Kord dijo...

Increible que los estereotipos de esos personajes aun esten hoy en la gran pantalla, sin duda una peli que sirve de molde para los personajes como rol de hoy y de siempre.