viernes, 11 de septiembre de 2009

APOCALYPTO de Mel Gibson – 2006 – (“Apocalypto”)


La civilización de los Mayas, antes próspera y poderosa, se desmorona entre conspiraciones y guerras entre sus ciudades, pésimas cosechas y epidemias imparables. Los hombres y las mujeres viven aterrorizados y practican continuos sacrificios humanos a los dioses esperando que se apiaden de ellos y que les devuelvan la riqueza. Jaguar es un joven que vive con su tribu en la jungla de la caza del tapir. Su pacífica existencia se ve rota de repente cuando son atacados y esclavizados por habitantes de la ciudad, a donde los llevan para ser sacrificados. Un golpe de suerte hará que Jaguar pueda escapar de la muerte… Y ahora él sea el que vaya a cazar a sus captores. Únicamente de su éxito depende la supervivencia de su familia y de su tribu.

Se le puede criticar mucho a Mel Gibson, especialmente en su faceta de actor y como persona, pero creo que es tremendamente injusto despreciar tanto su visión del cine tras la cámara como el impecable y originalísimo acabado estético y técnico que han presentado hasta ahora sus películas. Dado de lado como creador por muchos tras su éxito con “Braveheart” (únicamente por prejuicios, como se le ha hecho a otros actores pasados a la dirección), sembró la polémica con su tercera película, “La pasión de Cristo”, por su elevadísimo nivel de violencia (la calificaron como la primera obra de “gore teológico”) y por su visión, según muchos denigrante, de la comunidad judía. He de decir que esta obra, en lo referente al contenido (de clara propaganda cristiana), me parece una obra absolutamente del montón: una visión de la muerte de Cristo muy conservadora salvo por la mencionada violencia que muestra y que no aporta nada nuevo a su mito. Eso sí, creo que la representación histórica de Gibson es magistral de arriba abajo. Con una cámara nerviosa y en un estilo casi documental, mostró una época con un naturalismo y con una crudeza cotidiana sin par pasada por el filtro de una mirada evocadora que lograba trasladar a los espectadores al momento mismo de la crucifixión. Para que la fusión fuera total, Gibson, además, rodó todo el fime en arameo y en latín y no lo dobló para absolutamente ninguna sala. Su visión del cine histórico es insólita, sin concesiones y originalísima. Ahora, esta visión ha vuelto con “Apocalypto”, que narra la historia de un hombre que trata de preservar su pequeña cultura en el ambiente hostil de una gran civilización que se desmorona a pasos agigantados, la de los Mayas, muy pocas veces tratada en el séptimo arte. Sin ningún tipo de prejuicio, Mel Gibson ha presentado una película histórica que mezcla el documental con el cine de acción rodada en escenarios completamente naturales, en el idioma maya, con actores no conocidos y con extras de comunidades aisladas. Por supuesto, es, una vez más, una exaltación de la libertad de los pueblos oprimidos (“Braveheart”) y, sobre todo, una exaltación del papel decisivo de la familia en la salvación de una sociedad en descomposición. “Apocalypto” es una experiencia irrepetible a todos los niveles. La primera parte del filme muestra cómo una comunidad pacífica es arrancada con una crueldad sin par de su mundo de paz y sosiego. La tribu de los protagonistas vive felizmente de la caza, lo que se muestra en unos primeros momentos cargados de tranquilidad y de humor. La sombra de la amenaza aparece sin embargo muy presente: el espectador empieza a temer que algo va a ocurrir. Después, el poblado es invadido y destruido y la tribu esclavizada y llevada, a lo largo de un interminable y penoso camino selvático, hasta la gran ciudad, en la que van a ser sacrificados a los dioses. Es magistral la forma en la que Gibson introduce al público en la pesadilla del cautiverio. La violencia se desata con una brutalidad terrible y un sadismo que, a pesar de su dureza, no supera al de “La pasión de Cristo” (“Apocalypto”, aunque se ha hablado mucho, es bastante menos “gore” que ésta –si es que en algún momento llega siquiera a tocar el “gore”-). Esta violencia y este sadismo, unidos al extremo desprecio por la vida humana que tienen los captores, contrastan poderosamente con los esplendorosos y bellísimos paisajes naturales que se muestran durante este viaje, que ensalzan la naturaleza frente a la ciudad, que aparece más tarde mostrada como un lugar de polvo y de ruinas, de decadencia, de perversión, de miedo y de supersticiones. En la ciudad, los espectadores pasan momentos de horrible tensión frente a las pirámides de los dioses: Gibson hace el trayecto largo y lento a propósito, y especialmente agónico en el ascenso al zigurat. Llegan escenas muy duras: los sacrificios, mostrados con gran lujo de detalles. Es entonces cuando el formato del filme cambia radicalmente, cuando un golpe del destino permite que uno de los protagonistas pueda huir de regreso a la selva. Finaliza un tramo de “Apocalypto”, más o menos su primera mitad, que no ha sido más que un documental de ficción sobre el proceso de captura y sacrificio que se practicaba en la época. Viene ahora una pura película de acción: el protagonista escapa y sus captores le persiguen. Pero la jungla no es la ciudad, y aquí el antiguo cautivo es el poderoso y el que toma las riendas, desatando un combate contra sus enemigos que se asemeja al de un filme bélico y que tiene ciertos parecidos con las luchas que se muestran en películas como “Depredador” o en las de la saga de “Rambo”. Con una cámara frenética Gibson desmadeja una contienda también frenética que no deja parar un segundo al espectador. El protagonista es ahora el que da caza a los que le cazaron a él y se reafirma como protector de su tribu exterminada y de su familia. La película es extensa y agónica, pero es lo que busca: los momentos de tensión y terror son magistrales. Gibson quería que se pasase mal con ella, y lo consigue con creces. Por supuesto, la obra ha desatado, como “La pasión de Cristo”, un gran escándalo en lo referente a la visión que da sobre las culturas precolombinas. Creo que este escándalo está injustificado, ya que en el filme se contraponen la ciudad en clara decadencia y la jungla, que representa la paz y la solidaridad de la vida en la naturaleza. Es cierto que, en lo que se refiere a las ciudades Mayas, podría Gibson no haberse limitado a mostrar todo lo horrible y tétrico que de ellas se exportaba (las guerras, la esclavitud, los sacrificios, los juegos crueles…), sino haber enseñado también, por ejemplo, lo avanzados que estaban en matemáticas, en arquitectura, en pintura, en agricultura o en medición del tiempo (entre otras miles de cosas). Claro que, por otra parte, los Mayas que se muestran son los que, poco antes de la llegada de los españoles a Centroamérica, avanzan hacia su destrucción entre guerras, conspiraciones, malas cosechas, epidemias… (De hecho, los mismos españoles encontraron la mayoría de las ciudades mayas abandonadas y a sus habitantes desaparecidos o diezmados en los reinos aztecas). En todo caso, lo que Gibson retrata es la lucha entre un modo de vida que desprecia la misma vida y otro que la deja desarrollarse. No veo maniqueísmo en ningún momento: si bien los personajes de la ciudad son brutales y crueles, los de la selva, como el protagonista, son puros, valientes y están llenos de dignidad. Y todos ellos pertenecen al mismo mundo y a las mismas razas.

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