miércoles, 23 de diciembre de 2009

DIOSES Y MONSTRUOS de Bill Condon – 1998 – (“Gods and Monsters”)


1957. Los Ángeles. El joven Clayton Boone empieza a trabajar como jardinero en el chalet de un director retirado al cual no conoce y que, según le cuentan, dirigió las míticas películas “Frankenstein” y “La Novia de Frankenstein”. El viejo se llama James Whale y vive exiliado en la soledad con la única compañía de su también mayor ama de llaves. Al parecer, además, está enfermo de muerte. Entre Clayton y su jefe va a surgir una extraña y ambigua relación de amistad y de confianza.

El neoyorkino Bill Condon es un guionista y cineasta que presenta una carrera todavía corta pero que, a pesar de verse marcada por alguna irregularidad puntual, se muestra verdaderamente destacada (especialmente desde que saltó a la fama con la comentada y fascinante “Dioses y Monstruos”). Su estilo es de raíz clásica y viene siempre apoyado en una hermosa y realista fotografía, aunque está abierto a experimentaciones comedidas. Sus personajes a menudo intentan o cambiar su época, opresiva de alguna u otra manera (en más de una ocasión víctima de la represión sexual) o autorrealizarse en un ambiente hostil y despiadado en todos los aspectos y también hipócrita. Excelente director de actores y de actrices, ha tocado una variedad de géneros aceptable, aunque se ha destacado especialmente en el biopic o en el retrato de momentos puntuales de vidas de personajes famosos. Muy poco prolífico, su filmografía se compone de los buenos thrillers “Hermanas, hermanas” y “El Inmortal”, del horrendo filme de terror “Candyman II” (su gran batacazo), del maravilloso drama “Dioses y Monstruos”, del biopic “Kinsey” y del drama musical “Dreamgirls”.

“Dioses y Monstruos” es un maravilloso drama con retazos de biopic sobre los últimos días de la vida del cineasta James Whale, creador de las fabulosas “Frankenstein” y “La Novia de Frankenstein” (por cierto comentadas ambas en este blog), un James Whale que, obligado por las circunstancias, pasa su vejez apartado del mundo en su chalet con la única compañía de su ama de llaves y que entabla una relación de ambigua pero fiel amistad con su joven jardinero, por el que se siente atraído (Whale era homosexual). Un soberbio Ian McKellen (tal vez en su papel más brillante) y un genial Brendan Fraser (actor que por desgracia se ha dedicado casi en exclusiva al cine de acción y de aventuras y que aquí despuntaba con un gran papel), ambos dando vida a seres solos y perdidos, entablan una grandísima batalla de palabras y de acciones que es observada por una también maravillosa Lynn Redgrave (el ama de llaves) y que sirve a Bill Condon para, además de retratar con un ojo muy agudo el Hollywood de finales de los años cincuenta, diseccionar con precisión, lucidez y ternura muy diversas relaciones personales (entre amigos, entre confidentes, entre amantes, entre padres e hijos, entre maestros y discípulos) y un amplio abanico de asuntos universales: la amistad, la confianza, el amor y el desamor, el paso del tiempo, la desilusión, la pérdida, la muerte, la represión sexual, la homosexualidad, la hipocresía o la huída hacia mundos fantásticos para escapar de una realidad opresiva y triste. Además, queda en el filme una crítica al Hollywood de la época y de nuestros días, al Hollywood que castra a sus viejas glorias y que las abandona sin ninguna piedad (la suerte que corrió James Whale o, sin ir más lejos, el propio Billy Wilder, entre otros). Rodada en un estilo limpio y lírico, pausado y contemplativo por momentos, poético y con toques oníricos, “Dioses y Monstruos” es una fascinante radiografía de una época, del punto final de la carrera de un gran director, y de la tristeza, la esperanza y la amistad con una de las parejas actorales más grandiosas de finales de los noventa.

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