Un nuevo boxeador venido desde la Unión Soviética ha hecho acto de presencia. Se llama Iván Drago, y es una máquina de luchar perfecta y brutal. Apollo Creed, el amigo y viejo rival de Rocky Balboa, lo desafía en un gran combate en el que pretende demostrar al mundo y a sí mismo que todavía es uno de los mejores. Pero la tragedia se desata inesperadamente: Iván Drago le da una paliza tan inmisericorde que acaba matándolo. Rocky, en su memoria, decide enfrentarse a él… En su propia tierra, Rusia.
Tres años después de “Rocky III” llega a las salas “Rocky IV”, la entrega más publicitada y taquillera de toda la saga y, sin ninguna duda, también la peor con diferencia. “Rocky IV” es una de las películas patrioteras más ridículas y despreciables de toda la historia del cine. Su estructura interna es extremadamente simple y lineal: Rocky y Apollo están pensando en retirarse porque su tiempo como grandes boxeadores está a punto de terminar. Sin embargo, Apollo se resiste a ello y se enfrenta a Iván Drago, un brutal y despiadado combatiente ruso que le asesina a golpes, personaje al que da vida Dolph Lundgren, mediocre y “mítico” actorcillo de los ochenta que iba a hacerse brevemente famoso con películas como la que comento, “Masters del Universo” o “Soldado Universal”. Tras la traumática muerte de su amigo y rival, Rocky decide desafiar a Drago por su memoria y por sí mismo. Y por supuesto, tras un durísimo entrenamiento en las heladas profundidades de Rusia, le gana. Con este argumento, la película podría haber sido como “Rocky III”, una cinta que no sale de mediocre pero que tampoco deja de divertir (de hecho, “Rocky IV” es básicamente distraída y amena). Pero no, va más allá, mucho más allá (para peor, claro). La cuarta entrega de las aventuras de Rocky viene en la línea de todas esas películas patrioteras que arrasaron en las salas en aquellas fechas en las que la Guerra Fría estaba a punto de terminar. Se nota muchísimo la influencia en Stallone, que vuelve a dirigir esta entrega, de películas que él también protagonizó como “Rambo II” y de otras que iba a protagonizar como la que le seguiría, “Rambo III”. Sinceramente, si yo fuera ruso, me habría sentido terriblemente insultado tras ver una película como “Rocky IV”. Iván Drago, el luchador venido de la Unión Soviética, es un puro tópico que roza el surrealismo: es helado y distante como un robot, y es tan plano como personaje que lo único para lo que vive es para luchar. Es, además, tan despiadado, sanguinario e inhumano, que asesina a golpes a sus competidores y hasta les anuncia que piensa matarlos. Su mujer es una especie de Marlene Dietrich soviética; otro topicazo de mujer nórdica fría y calculadora. El resto de los rusos que aparecen en el filme son hombres y mujeres tristes, militares hieráticos o altos cargos calculadores. Por momentos inclsuo se les llega a tachar de asesinos (en palabras de Paulie, el cuñado de Rocky, durante la rueda de prensa). Esta imagen contrasta con la de unos USA alegres y festivos donde todo es posible. El demagógico discurso final de Rocky, a lo Chaplin en “El gran dictador”, es de pura risa o de puro llanto, al igual que el hecho de que los espectadores rusos le animen frente a Drago en el combate, lo que deja a los norteamericanos en el pleno papel de salvadores de los oprimidos. Sólo destaco dos cosas de “Rocky IV”, la terrible muerte de Apollo, muy bien llevada (a pesar del estúpido espectáculo circense que monta antes de luchar) y el combate de Rocky contra Iván Drago, el más espectacular, brutal y violento de toda la saga.
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