domingo, 6 de junio de 2010

SAW de James Wan – 2004 – (“Saw”)


Adam se despierta encadenado a un tubo dentro de un decrépito servicio público en un lugar desconocido. A su lado, se encuentra otra persona encadenada, el Dr. Lawrence Gordon. Entre ellos hay un cadáver con un revolver en una mano y una grabadora en la otra. Ninguno de los dos sabe por qué están allí, sólo poseen un casette con instrucciones que dice que el Dr. Gordon debe matar a Adam en ocho horas. Si falla, ambos morirán, junto a la esposa del Dr. y su hija pequeña... La pesadilla ha comenzado.

James Wan es un director de cine de terror y fantástico muy irregular en líneas generales a pesar de haber despuntado con la excelente y ya mítica "Saw". Su filmografía se completa con la floja "Silencio desde el mal" y la fallida incursión en el thriller de venganzas "Sentencia de muerte".

Siempre ha habido películas destinadas (y algunas exclusivamente, como una atracción de feria) a hacer pasar al público de las salas un buen mal rato: los cortos mudos en los que un tren se lanzaba contra la pantalla o un forajido disparaba “a los espectadores”, las primeras películas de terror, muchas obras de la Hammer, muchas del maestro Hitchcock, cierta rama del cine negro clásico, cierto cine gore o de rasgos gore… En las últimas décadas, por medio de filmes más o menos conseguidos o más o menos inteligentes, se ha intentado, más que nunca, que las salas vibraran de pánico, de miedo, de asco. Las sagas de “La noche de los muertos vivientes”, “La matanza de Texas”, “Viernes 13”, “Pesadilla en Elm Street”, “El exorcista” y muchas otras lo han conseguido con el gran público y han pasado a formar parte de la mitología global del terror. Por otro lado, en salas minoritarias o en vídeo, otro grupo de películas ha conseguido, literalmente, revolver los estómagos con todo tipo de propósitos; aterrorizar, sugestionar, hacer reír y hasta concienciar de un problema o criticar a una sociedad: “Saló o los 120 días de Sodoma”, “Calígula”, “Holocausto Caníbal”, la primera “Posesión infernal”, “Henry, retrato de un asesino”, “Braindead” y las obras de Darío Argento o del español Jesús Franco entre miles. Estas películas han permanecido, de una manera u otra, apartadas de los circuitos primeramente mencionados, los más estrictamente comerciales, a pesar de ser películas de culto o de grandes directores. También el estar apartadas las ha favorecido: el aura de lo prohibido, de lo escandaloso, las envolvió para siempre en las nieblas del mito. Poco a poco, estos dos mercados se han ido fusionando en uno solo. La violencia por simple violencia ha dejado de escandalizar, y apenas hemos tenido tiempo para percatarnos de ello (lo mismo le ha ocurrido al sexo). La sociedad ha cambiado a pasos agigantados, y hoy, para escandalizar, no vasta con mostrar escenas de violencia física dura (ni siquiera cuando viene acompañada de violencia psíquica). Poco a poco, la violencia por la violencia se ha ido integrando, perdiendo su carácter apocalíptico. En las últimas décadas hemos evolucionado en el cine desde la violencia física “fina” y hasta cierto punto sugerida, que no por ello menos brutal y terrible, de “El silencio de los corderos” o “Seven”, hasta la violencia abierta de las obras de Tarantino, Ritchie o Kitano (herederos en parte de creadores imprescindibles como Peckinpah o Penn, creadores olvidados por una gran parte de las nuevas generaciones cuya limitadísima escuela ha sido el pobre mundo videoclipero) pasando por las burradas de directores tan amados y odiados como Takashi Miike (para mi un buen y desprejuiciado creador aunque con muchas obras irregulares). Si bien algunos como éste último o Kitano siguen destinados a circuitos minoritarios, otros como Tarantino, Ritchie o Fincher han creado escuela en las salas comerciales. Podemos afirmar hoy sin problemas que la violencia en el cine, la violencia más brutal y sádica, esa antes reservada a un público “selecto”, ha quedado plenamente aceptada en todas las salas y ha pasado a ser una fórmula de éxito asegurado que contenta a públicos de todas las edades y formas de concebir el cine. “Saw”, y especialmente su interminable saga de horrendas secuelas, constituyen unas de las banderas más importantes de esta hornada de cintas que ha integrado el puro gore en los cines comerciales. Hollywood, salvo excepciones (y salvo las labores de ciertos productores y creadores que han luchado a la contra desde dentro o que han usado el posibilismo –hoy cada vez menos numerosos-) siempre ha sido una industria bastante beata y conservadora. Hoy no lo es menos: como la violencia por la simple violencia no es capaz ya de escandalizar a nadie, ha optado por comercializarla abiertamente. Si bien ha logrado grandes resultados (“Seven”, “El silencio de los corderos”, “Kill Bill”…), otros han sido desastrosos. La sangre y las vísceras, señoras y señores, ya son un producto palomitero pleno. El disparo de salida lo han dado películas como “Saw” (casi la única medianamente aceptable de esta nueva hornada), las horripilantes “Hostel” y "Hostel II" y un montón de remakes como los de los modernos productos asiáticos de terror. El público se ha acostumbrado a ir al cine a pasarlo mal (o a echar unas risas, según apetezca) y, es más, a veces ya lo exige plenamente, así que su respuesta ha tenido. Esta nueva hornada de brutales y sádicas películas de terror comerciales son lo que es, por ejemplo, la saga (y especialmente la trilogía básica) de “American Pie” a la comedia: un producto descerebrado de rápido consumo. Si en ella encontramos chistes idiotas sin parar y gamberradas zafias sin sentido, en las otras encontramos sangre y violencia zafia sin pies ni cabeza como prácticamente su único valor, su único handicap para que sean elegidas frente a la cartelera por encima de otras opciones. Esto lo ejemplifican perfectamente todas las continuaciones de “Saw”, película que, a pesar de sus fallos, considero un thriller aceptable y con capacidad de sorprender. Su caso es curioso: destinado a ser un pequeño filme de culto, rodado con cuatro duros, con actores famosillos un poco de capa caída y otros desconocidos y estrenado en circuitos comerciales aunque no de forma masiva, ha resultado ser un éxito del todo inesperado que ha traspasado fronteras. El boca a boca e Internet lo han llevado a lo más alto y ahora su protagonista, Jigsaw, ha pasado al podio de mitos populares globales del terror junto a los eternos Cara de Cuero, Freddy Krueger, Jason, Hannibal Lecter y niñas del Exorcista y de “The Ring” entre tantos. La película está dirigida por James Wan, un hasta hace poco completo desconocido que se ha desvinculado de sus secuelas en la dirección (en el guión de algunas está presente) para dedicarse a otros proyectos. “Saw” es, especialmente dentro de las horribles carteleras que venimos soportando en los últimos años, un más que meritorio thriller ambientado en una sala interior y en algunos pocos escenarios más. Dos completos desconocidos han de buscar la manera de salir del pordiosero cuarto de baño en el que están encerrados sin razón aparente superando una serie de malévolas pruebas. Mientras, en el exterior, dos detectives intentan pillar al que los tiene atrapados. Una tercera línea de acción queda establecida mediante flashbacks de todos los protagonistas que representan sus vidas pasadas. “Saw” es un efectivo popurrí de varias películas de horror famosas: su asesino es sofisticado y hasta cierto grado culto (Hannibal Lecter) y busca redimir de alguna manera a sus víctimas (“Seven”) haciéndoles pasar pruebas de arrojo o inteligencia en las que si fallan pierden la vida (“Cube”). La violencia, uno de los puntos que lo ha hecho famoso, es sádica hasta límites insospechados, sucia, morbosa y cruel, alcanzando por momentos el puro gore y llegando a lograr que ciertas escenas “duelan”. El guión, aún con algunas lagunas y trampillas y diálogos flojetes, contiene acertadas y sorprendentes vueltas de tuerca y sabe provocar e interesar desde el primer momento. Su desenlace es verdaderamente impactante y del todo inesperado (el desenlace le hace ganar muchos enteros a “Saw”). En su aspecto más negativo podemos citar su horrendo y reiterativo montaje videoclipero y la línea argumental que protagoniza Danny Glover, que por momentos pierde el ritmo. Es, creo, de todas formas, el debut de Wan un filme bastante aceptable y que recomiendo ver sin prejuicios. Sus secuelas ya son otra historia…

3 comentarios:

Lucifer, Becario del Mal dijo...

en efecto un popurrí de géneros y personajes pero de insospechadas consecuencias, y merecido reconocimiento almenos en esta primera entrega. (eso si, hay alguna triquiñuela no del todo leal con el espectador.)

Anónimo dijo...

Esta la considero una obra maestra del thriller. En mi opinión. Eso sí, todo lo que viene después se lo echo a los cocodrilos.

Pepe Cahiers dijo...

Película de ambiente malsano y desconfianzas justificadas. El diseño del malo resulta original.