lunes, 7 de septiembre de 2009

SANGRE DE CÓNDOR de Jorge Sanjinés – 1969 – (“Yawar Malku”)


Los campesinos de un pequeño pueblo del altiplano boliviano están muy preocupados: no están naciendo niños en su comunidad, que cada vez está más envejecida y, por consiguiente, empobrecida. Poco a poco, todos empiezan a sospechar de los gringos del Cuerpo de Progreso, que, por cuenta del propio Gobierno de Bolivia, llevan a cabo misteriosas operaciones en un extraño edificio moderno que han levantado en las cercanías del pueblo. La revolución está a punto de estallar.

Jorge Sanjinés es uno de los más grandes cineastas bolivianos de la historia y uno de los indiscutibles abanderados del cine indigenista junto al grupo Ukamau, fundado por él y dedicado a defender los derechos de los indios de los países andinos por medio de lo audiovisual. Su cine es un cine total y absolutamente social y político y dedicado casi exclusivamente a la reivindicación de la dignidad de los pueblos indígenas de Sudamérica y de las clases desfavorecidas en general. Sus obras, a menudo de protagonista colectivo y de bajo presupuesto, poseen un estilo a veces casi documental sobrio, muy sencillo y directísimo y violento y brutal por momentos para transmitir la ira de los oprimidos. En ocasiones Sanjinés muestra el problema al que se enfrenta y que quiere denunciar su filme por medio de planos generales y un cierto distanciamiento; en ocasiones se introduce con la cámara en el alma de los pueblos con planos muy cercanos. Ha rodado muchas de sus obras con actores no profesionales y en los propios idiomas de los indígenas que las protagonizaban. Rebelde y siempre independiente, ha pasado periodos de exilio lejos de su amada tierra por causas políticas. Su filmografía se compone de los cortometrajes “Sueños y realidades” y “Revolución”, tras los que llegan los largometrajes “Ukamau” y la comentada “Sangre de cóndor”, “El coraje del pueblo”, “El enemigo principal”, “¡Fuera de aquí!”, “Las banderas del amanecer”, “La nación clandestina”, “Para recibir el canto de los pájaros” y “Los hijos del último jardín”. Al mencionado grupo Ukamau también pertenece el cineasta boliviano Antonio Eguino y el italiano Paolo Agazzi, afincado en Bolivia desde 1975.

“Sangre de cóndor” narra, utilizando un estilo casi documental muy sobrio y directo pero a la vez cargado de ira y de violencia, la historia de una comunidad de campesinos del altiplano boliviano que, misteriosamente, se está extinguiendo: las mujeres están dejando de tener hijos y la población cada vez está más envejecida. Poco a poco, van descubriendo la verdad: sus dioses no les han desfavorecido, ni tampoco hay fuerzas malignas que les quiten la fertilidad; son los norteamericanos del Cuerpo de Progreso, enviados por el mismo Gobierno, los que, con la excusa de la acción médica humanitaria, están esterilizando a las mujeres. Paralelamente a esto, se narra la historia de otros campesinos de este pueblo que no pueden salvar de la muerte a un familiar gravemente herido tras su duro trabajo, pues no pueden comprar las medicinas necesarias ni pagar a un médico de la ciudad. Este segundo segmento narrativo muestra las diferencias y las injusticias existentes entre un mundo rural milenario y actualmente marginado y un mundo urbano clasista y deshumanizado en el que los indios pobres no tienen cabida (los ricos por supuesto que sí). Todo estalla, por supuesto: llega la revolución; el pueblo se levanta en armas y los gringos pagan sus atrocidades (el desenlace, que no revelo, pone el pelo de punta). “Sangre de cóndor”, rodada en quechua y con actores no profesionales extraídos de los propios pueblos del altiplano, es un documento social y fieramente rebelde del que muchos cines tendrían que aprender (por ejemplo, el español, poblado casi exclusivamente de obras maniqueas que tratan de pasar por sociales y de retratos de pasados que únicamente buscan manipular el presente o encubrir los problemas reales del país).

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