martes, 22 de diciembre de 2009

EL ÚLTIMO de Friedrich W. Murnau – 1924 – (“Der letzte mann”)


En un hotel de lujo de Berlín, su orgulloso portero, un hombre ya entrado en años pero trabajador y tremendamente eficaz, es respetado y admirado. Un día todo su mundo se derrumba de un soplo: alguien le ha visto cansarse al cargar con las maletas de los clientes y sus jefes le degradan a mozo de los lavabos. En su nuevo puesto, su vida se vuelve un infierno, y, para que sus vecinos no se enteren de este cambio, todos los días antes de volver a casa roba su antiguo uniforme. Sin embargo, es imposible ocultar por mucho tiempo lo que está a la vista de todos…

Tras rodar la genial y controvertídisma obra de terror expresionista “Nosferatu, el vampiro”, Friedrich Wilhelm Murnau nos obsequiaba con la que, a mi humilde juicio, es su más absoluta obra maestra, su película más innovadora narrativamente hablando y su obra, creo, más influyente: “El último”, una desgarradora película social que no gustó demasiado a una gran parte de la sociedad alemana de su momento y a la que la UFA cambió su desenlace original por considerarlo poco comercial y demasiado deprimente (algo que al poder de la turbulenta Alemania de los años veinte no le convenía). Narraba una historia bien común y que no ha perdido un ápice de actualidad: la de un hombre orgulloso y respetado que es degradado en el mundo laboral. Este hombre es el gran Emil Jannings, ese profesor humillado de la fascinante “El Ángel Azul” de Sternberg, ese gran genio de la interpretación del periodo mudo y también del sonoro. Botones de un hotel de lujo, digno de la confianza de los jefes y de la admiración de sus vecinos, este hombre, como cualquiera, envejece. Esa degradación natural de su cuerpo es su única perdición: aunque realiza su trabajo con la misma eficacia que el primer día, no puede evitar cansarse al cargar los equipajes titánicos de los clientes del centro. Alguien le ve sudar y sentarse a descansar un momento, y ya comienza su pesadilla: sus jefes, a pesar de toda una vida dedicada a sus negocios, le relegan sin piedad al puesto de mozo de los lavabos. La juventud se valora por encima de todo en la sociedad de la apariencia: incluso se valora por encima de la experiencia. Todo su mundo se viene abajo: para esconder su nueva situación ha de robar cada noche su antiguo y suntuoso traje de botones para que sus vecinos, que de conocerla le despreciarían, no le vean llegar a casa con el de mozo de lavabos. Además, su sueldo también baja, y la boda de su joven hija está muy cerca… Una interminable espiral de autodestrucción se cierra sobre él y todo lo que había construido a lo largo de los años se derrumba en un solo día. Murnau realiza en “El último” una brutal e inmisericorde crítica al capitalismo más despiadado del mundo moderno y a la hipócrita sociedad de las apariencias. Para el protagonista, el aparentar se convierte en un instinto, en un juego de supervivencia en el barrio en el que vive, un barrio humilde de vecinos con pretensiones y costumbres de clase alta, de vecinos enredados en el “quiero y no puedo”. El modo estético de mostrar su calvario es heredero directo del expresionismo: todo ocurre en un ambiente opresivo, sucio y sombrío donde los escenarios parecen comerse a los personajes. Los reducidos interiores y hasta los propios exteriores resultan claustrofóbicos, y no hay lugar en “El último” para el aliento de romanticismo que suele surgir entre la decadencia que caracteriza a otras cintas del creador como la referida “Nosferatu” o la maravillosa “Amanecer”. Hay que señalar también la extraordinaria labor narrativa que realizó Murnau con su película: redujo al máximo los rótulos explicativos y se basó casi exclusivamente en las acciones físicas de los personajes para desenvolver la trama. Todo en “El último” se adivina por lo que la cámara capta, por lo que sus personajes hacen. Es un filme mudo, y no sólo en el sentido de que no hay sonido, pero su expresividad es desbordante, tanto que ella sola articula la acción. Fue reconocido por muchos como la primera película de toda la historia en explotar de verdad el movimiento de la cámara (otros no coinciden en esta denominación). El filme, como comenté arriba, acabó con un desenlace distinto al que Murnau planeó; la historia se modificó hasta alcanzar niveles verdaderamente ridículos: el viejo nuevo mozo de lavabo no acaba muriendo abandonado en su nuevo lugar de trabajo; acaba nada más y nada menos que ganando la lotería y volviendo al hotel como otro más de sus ricos clientes. Según algunos críticos, este final, aún siendo impuesto, da una vuelta de tuerca cargada de ironía a la historia que realiza otra nueva crítica: el protagonista, ahora, es querido por todos porque tiene dinero. ¿Qué pensáis?

2 comentarios:

JAVI dijo...

Una gran lección de cine, sí señor. Por parte de Murnau y por la tuya.

En mi blog he hecho un listado de mis películas favoritas y no he podido dejarlo en 10 o 20 como hacen otros, así que lo he hecho por directores y géneros. Murnau lo he colocado ni más ni menos que en la segunda posición, solo por detrás de Alfred Hitchcock que me apasiona.

Vaya joyas de Murnau: Nosferatu, Amanecer, Tabú, Tartufo, El último, Fausto... Impresionante.

Saludos.

dvd dijo...

Pues pienso que George Lucas no la ha visto... Seguro...