Desde las Guerras Carlistas de 1875 hasta la Guerra Civil que empezó en 1936, dos familias ganaderas rivales de un pequeño valle guipuzcoano viven medio siglo de turbulentas historias marcadas por odios irreconciliables entre ambas, por violentas contiendas y también por amores secretos e imposibles. Los testigos mudos de la vida de estas generaciones son sus enormes vacas, que miran al pasado y al presente con sus ojos inmutables.
Gran atleta (a punto estuvo de ir a las olimpiadas) y médico cirujano antes que cineasta, el vasco Julio Medem es uno de los directores españoles más famosos de los años noventa y, a mi humilde parecer, uno de los directores más supersobrevalorados de nuestra filmografía dentro y fuera de nuestras fronteras. Poseedor de un universo propio de sueños, de realidades interconectadas, de violencia y sexo descarnados, de constantes símbolos y metáforas plásticas y visuales, de personajes estrambóticos perdidos en las corrientes del amor más pasional o en constante lucha contra su destino y de ambientes oníricos en el que el azar juega un papel decisivo como conector de vidas paralelas, es Medem un genial esteticista que no ha hecho ascos a trabajar en formato digital, retratista de paisajes hermosísimos empapados en el arriba comentado onirismo. Sin embargo, en mi opinión, muchos de sus guiones son francamente deficientes: suelen carecer de vertebración interior y todos están sustentados en unos diálogos (lo peor de Medem) terriblemente irreales de pura pedantería, pretenciosos como pocos (y lo que es peor, vacíos a pesar de esta pretenciosidad) y a menudo tan barrocos y retorcidos que terminan cayendo en la más idiota ñoñería. Algunos producen la risa; otros la vergüenza ajena. Medem, como muchos artistas españoles modernos, no habla: da discursos y hasta moralinas, a veces con cierto contenido, a veces completamente vacíos (pero siempre retorcidos y oscuros para intentar parecer todo lo contrario). Hay además en su obra un tufo burgués que algunos (como yo) no pueden tolerar: sus personajes, para los que no existe el dinero, siempre tienen problemas emocionales que aunque aparecen artificialmente magnificados no dejan de ser terriblemente comunes. Suelen estos personajes huir a lugares de descanso (campos, bosques, islas…) para encontrarse a sí mismos sin que factores como el mencionado dinero puedan importarles lo más mínimo (la mayoría de las personas, cuando tenemos problemas, o seguimos estudiando o seguimos trabajando, no hay huída posible sin dinero o sin tiempo). Claro que esto en el mundo en el que Medem y los artistas españoles de la élite se mueven no ocurre. Tras cortometrajes como “Martín”, debutó en el largo con la hermosa y comedida “Vacas”, y a partir de aquí ha alternado una obra siempre irregular cimentada en el drama pasional y a menudo de personaje colectivo: la floja “La ardilla roja”, la irregular “Tierra”, la bonita “Los amantes del Círculo Polar” (una de sus mejores obras de ficción), la detestable y estúpida “Lucía y el sexo”, el polémico y arriesgado (aunque manipulador por momentos) documental “La pelota vasca” (prefiero al Medem documentalista antes que al de ficción) y la soberana porquería maniquea de "Caótica Ana", que incluso muchos fans acérrimos del director destrozaron sin piedad. Como tantos cineastas, Julio Medem se ama o se odia. Yo lo odio, aunque reconozco sus méritos estéticos y su personalidad, además de algunas películas suyas destacadas.
“Vacas” fue uno de los debuts más aclamados del cine español de principios de los años noventa. Presentaba, bastante alejada de la pretenciosidad y de la pedantería que caracterizarían al futuro Julio Medem, la historia del odio irreparable de dos familias vascas ganaderas que corría paralela con la historia del propio País Vasco de finales del siglo diecinueve y principios del veinte. En los senos de estas familias se daban tanto odios como amores, que, prohibidos por el ambiente oscurantista y represor producto de los mencionados odios y llevados en secreto por sus protagonistas, finalmente se presentaban como la única salida para la reconciliación final, que se verá saldada por la misma y recurrente Guerra Civil, donde se cierran las líneas de sangre y relaciones personales, de futuro incierto. Las gigantescas vacas vascas, con sus miradas impenetrables, observan estas historias impasibles, siendo sus ojos los narradores de ellas. Con un magistral reparto lleno de jóvenes promesas de nuestro cine de entonces, con una trama que interesa desde los primeros momentos, con unos personajes muy bien desarrollados y con una narración cimentada en la forma en un cierto realismo mágico onírico con toques de costumbrismo y hasta de tremendismo (retratado con una maravillosa fotografía de inolvidables parajes naturales), “Vacas” fue un soplo de aire fresco en su momento y, desde mi punto de vista, la mejor de todas las películas de este supersobrevalorado director de San Sebastián. Ojalá Medem hubiera seguido en esta estela.
2 comentarios:
La vi hace bastante tiempo y me parecio una buena película pese a lo lenta que es. Tendré que verla nuevamente uno de estos dias.
Saludos.
Voy a ser breve: lo mejor de Medem. A partir de hay, caída libre hasta el fango en el que actualmente se encuentra...
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